Las sonrisas de los niños
By
César Mallorquí
La
reunión extraordinaria del consejo de administración de la empresa había sido
fijada para las siete y media de la tarde, cuando todos los empleados se habían
marchado ya y las oficinas estaban desiertas. En la sala de juntas había una
larga mesa rectangular; la cabecera estaba ocupada por John Roberts Jr,
presidente de la compañía, y a ambos lados, tres a tres, se sentaban los seis
consejeros. En el otro extremo de la mesa había un sillón vacío. Tras un
carraspeo, Roberts tomó la palabra:
--Señoras,
señores, acabamos de recibir el informe de resultados del último semestre. -Hizo
una pausa y añadió-: Para resumirles la situación: estamos al borde de la
ruina.
Los
consejeros se agitaron, nerviosos. Algunos murmuraron, otros carraspearon, o
tosieron, o fingieron que les picaba algo; todos desviaron las miradas, como si
no mirando pudieran pasar inadvertidos.
--En
fin, esto no debería extrañarnos –prosiguió Roberts-, porque la inmensa mayor
parte de nuestras líneas de producto son deficitarias, cuando no un absoluto
fracaso.
Sobrevino
un pesado silencio.
--Es
por los malditos videojuegos –dijo tímidamente Charles Harris, responsable de
la línea de juegos de mesa-. Absorben más del cincuenta por ciento del mercado
y no dejan de crecer. No se puede luchar contra eso.
--Ah,
los videojuegos, es verdad –asintió Roberts, inexpresivo-. Por eso hace años
creamos una línea de videojuegos, que logró acumular más de cuatrocientos
millones de pérdidas. La dirigía... ¿cómo se llamaba? Ah, sí, Louis White. Se
sentaba aquí, en el consejo, ¿recuerdan? ¿No? Yo tampoco; hace tanto tiempo que
lo echamos a la calle que me he olvidado de su cara, aunque no de las pérdidas.
Pues bien, o tomamos medidas desesperadas o todos nosotros vamos a acabar igual
que Louis White.
Sus
palabras quedaron flotando en el aire en medio de un fúnebre silencio.
--Aún
queda el Black Friday –intervino Emma Smith, directora de juguetes educativos-.
Y la campaña de Navidad.
Roberts
se encogió de hombros.
--¿Y
qué, Emma? –respondió-. Obtendremos los mismos deprimentes resultados que el
año pasado, y que el anterior, y el anterior... Hasta ahora, nuestro único
producto líder en ventas ha sido Baby
Besuquete.
--Bendito
Baby Besuquete –murmuró Dorothy
Williams, responsable del área de muñecos.
--No
se alegre tanto, Dorothy, porque eso va a cambiar. Nuestra competencia, Mattel,
va a lanzar este invierno un nuevo producto: Kid Besitos, otro muñeco que besa.
--¿Y
Kid Besitos besa mejor que Baby Besuquete? –preguntó Michael
Bradshaw, responsable de modelismo y juegos de construcción.
--Dónde
va a parar –respondió Roberts poniendo los ojos en blanco-. Kid Besitos da besos de ventosa y con
babas, parecen de verdad, mientras que Baby
Besuquete lo único que hace es abrir y cerrar los labios. Más que besos
parece que quiera morderte. Siempre me ha parecido repulsivo, la verdad.
Williams
le dirigió una dolorida mirada, como si se estuviera hablando de su propio
hijo. Roberts sacudió la cabeza y concluyó:
--El
caso es que cuando Baby Besuquete se
hunda, todos nos hundiremos con él Aunque con o sin él, nos hundiremos de todas
formas. A menos, como he dicho antes, que tomemos medidas desesperadas.
--¿En
qué clase de medidas está pensando, John? –preguntó Kathy Moore, responsable
del área de primera infancia.
Roberts
guardó un prolongado silencio antes de responder.
--Estoy
pensando en hacer un pacto –dijo.
--¿Con
otra empresa?
--No.
--¿Con
quién entonces?
Roberts
demoró de nuevo la respuesta. Cuando habló lo hizo con gran seriedad, paseando
la mirada por los rostros de los consejeros.
--Lo
que propongo –dijo lentamente- es que hagamos un pacto con el diablo.
Un
estupefacto silencio.
--Es
una metáfora, ¿no? –intervino Bradshaw-. Quiere decir que negociemos con un
fondo de capital riesgo o algo así, ¿verdad?
El
presidente negó con la cabeza.
--No
es una metáfora, Michael; estoy siendo literal. Propongo que pactemos con el
diablo.
Otro
silencio, aún más estupefacto que el anterior. Williams dejó escapar una risita
nerviosa y preguntó:
--¿Está
hablando de pactar de verdad con el diablo? Es decir, con Belcebú, Satanás,
Lucifer, Mefistófeles, en definitiva con el Maligno... ¿A ese diablo se
refiere, John?
--Exacto.
A ese.
--Pe-pero
eso no es real... –protestó Smith.
Roberts
se levantó de la silla y comenzó a pasear de un lado a otro con las manos a la
espalda.
--Hace
escasos diez días –dijo mientras caminaba-, un buen amigo (no mencionaré su
nombre), al enterarse del ruinoso estado de esta empresa, se reunió conmigo y,
con mucho secreto, me entregó un conjuro para invocar al diablo. Según me dijo,
anteriormente lo habían utilizado para lanzar sus compañías Bill Gates, Mark
Zuckerberg, Larry Page y Sergey Brin, o Steve Jobs, entre otros. –Se detuvo
frente a la cabecera de la mesa y prosiguió-: Igual que usted, Emma, no le
creí. El diablo no existe, ¿verdad? Pensé que mi amigo me estaba tomando el
pelo y me olvidé del asunto. Pero no del todo; anteayer me dije: ¿qué puedo
perder?, y llevé a cabo el conjuro en el garaje de mi casa...
--¿Y?
–preguntó Williams.
Roberts
se encogió de hombros.
--Pues
que apareció el diablo.
Sobrevino
otro silencio, esta vez teñido de incredulidad. Harris se echó a reír.
--Ahora
es usted, John, el que nos toma el pelo –dijo.
--No,
no, se apareció el diablo, en serio –insistió Roberts. Luego, señaló hacia
delante, y añadió-: De hecho, está ahí.
Todas
las miradas, que hasta ese momento habían estado fijas en Roberts, se volvieron
hacia el otro extremo de la mesa. Allí, donde antes sólo había un sillón vacío,
ahora podía verse a un hombre sentado. De unos cuarenta años, con el pelo
moreno peinado hacia atrás y fijado con gomina, las facciones afiladas y la
mirada intensa; vestía un traje negro de Hugo Boss, camisa violeta de seda y
gemelos de oro. En la muñeca izquierda lucía un Patek Philippe y frente a él,
sobre la mesa, descansaba un ataché de cabritilla.
Moore
y Harris, los que estaban más cerca del recién aparecido, se levantaron
bruscamente y retrocedieron unos asustados pasos; el resto de los consejeros
ahogaron gritos, profirieron exclamaciones o se quedaron mudos. El diablo los
contempló inexpresivo y dijo con hermosa voz de barítono:
--Buenas
tardes, damas y caballeros. Me llamo Adra Melech y soy Presidente del Alto
Consejo Diabólico. Estoy aquí en representación de la firma para la que
trabajo, Hell & Co, e invitado
por el señor Roberts.
Los
consejeros permanecieron en silencio, contemplando estupefactos a Melech.
Finalmente, Walker tartamudeó:
--¿E-e-es
usted el Di-di-diablo?
--Si
por “diablo” se refiere a Satán, el Señor de las Tinieblas, el Gran Adversario,
no. Ese es mi jefe. Pero soy un demonio, en efecto, y ocupo una posición elevada
en el staff de la firma. –Carraspeó-. Caballeros, damas, su tiempo, al igual
que el mío, es oro, de modo que sugiero abordar inmediatamente la negociación.
Obedeciendo
a un gesto de Roberts, Moore y Harris volvieron a sentarse, pero procurando
mantenerse a distancia de Melech, que tomó de nuevo la palabra:
--El
asunto es sencillo. Permítanme exponerlo con crudeza: Wonderful Toys está endeudada y arruinada. A comienzos del año que
viene, se declarará en bancarrota y ustedes ingresarán en las filas del paro.
–Hizo una pausa-. A menos, claro está, que hagamos algo al respecto. Mi firma
les ofrece diseñar, fabricar y comercializar un producto tan exitoso que,
durante la próxima campaña de Navidad, multiplicará por mil los beneficios de
su empresa, salvándola de la quiebra.
--¿Qué
producto es ese? –preguntó Bradshaw.
--Eso
se lo revelaremos después de que firmen los contratos y a su debido momento
–respondió Melech.
--Pero
estamos a mediados de año –intervino Williams-. No hay materialmente tiempo
para diseñar y comercializar un producto es ese plazo.
Melech
le dedicó una fría sonrisa.
--¿Puedo
llamarla Dorothy? –dijo-. Verá, Dorothy; no está hablando con un proveedor
cualquiera; debe tener presente que somos sobrenaturales. Como es lógico, si no
cumpliéramos nuestra parte del trato, si no tuviéramos el producto distribuido
en las fechas previstas, y si dicho producto no fuera un absoluto éxito, el
contrato quedaría automáticamente anulado y les reembolsaríamos todos los
gastos en que hubieran podido incurrir. –Su sonrisa se tiñó de suficiencia-.
Pero eso no va a suceder. Ahora les ruego que examinen con atención la
cláusulas del contrato.
Melech
abrió el ataché y sacó de su interior un fajo de folios, pero antes de
distribuirlos advirtió:
--Hay
dos consideraciones que deben tener en cuenta: En primer lugar, que los
términos del contrato no son negociables. O lo toman o lo dejan. En segundo
lugar que, para que este pacto se lleve a cabo, deben firmar todos los
consejeros, sin excepción Si alguien no firma, no hay trato.
Dicho
esto, repartió siete contratos y siete bolígrafos entre los miembros del
consejo de administración, que se pusieron a leerlos con atención.
--Aquí
pone que no podremos intervenir ni en el diseño del producto ni en su
comercialización –comentó Harris-. Vamos, que no podremos tomar ninguna
decisión.
--Exacto
–dijo Melech-. Ustedes se quedarán totalmente al margen. Y si eso les parece
injusto, permítanme recordarles que han sido sus decisiones lo que ha hundido a
esta empresa.
Avergonzados,
los consejeros siguieron leyendo el contrato en medio de un silencio que se
prolongó unos minutos después de que acabaran de examinarlo.
--Según
esto –observó Walker-, el precio que deberemos pagar es nuestra alma inmortal.
--Es
lo usual –asintió Melech.
--Pero
me parece un poco excesivo. Un éxito empresarial a cambio de la condenación
eterna es... demasiado.
Melech
se encogió de hombros.
--Entiendo
su punto de vista –repuso-; pero lo único que nos interesa de ustedes son sus
almas.
--Claro,
claro –dijo Walker en tono razonable-. Es usted un demonio y se comporta como
tal. Pero, sintiéndolo mucho, yo no puedo firmar.
Roberts
se puso en pie.
--No
esperaba esto de usted, Arthur –dijo, señalándole con un acusador dedo-. ¿Sabe
cuál es la diferencia entre colaborar e implicarse? En un plato de huevos
fritos con bacón, la gallina colabora, pero el cerdo se implica. ¿Qué es usted,
un cerdo o una gallina?
--¡Una
gallina! –respondió al instante Walker-. Por amor de Dios, John, nos está
pidiendo que aceptemos una eternidad de torturas.
El
resto de los consejeros comenzaron a hablar a la vez, mostrando su acuerdo con
Walker.
--Disculpen
–intervino Melech, acallando las voces con un ademán-. Creo que puedo arrojar
luz sobre el debate. Eso de las almas es una mera formalidad del contrato,
porque sus almas, amigos míos, ya están condenadas desde hace mucho. –Hizo una
pausa y prosiguió-: Usted, Dorothy, encerró a su madre en un asilo de tercera
clase y se gastó el dinero que ella tenía ahorrado para la vejez. Usted,
Arthur, mintió para perjudicar a compañeros de trabajo y ascender en su
carrera. Y algo muy similar hizo usted, Charles. En cuanto a usted, Kathy,
atropelló a un ciclista y se dio a la fuga. Usted, Emma, engaña a su marido con
frecuencia. Usted, Michael, no vaciló en despedir a un centenar de trabajadores
de su anterior empresa sólo para conseguir un bono. Y respecto a usted, John...
--Yo
estoy dispuesto a firmar –le interrumpió el presidente-. No hace falta que saque
a relucir mis trapos sucios.
--En
resumen –continuó Melech-, y disculpen mi franqueza, no son ustedes buenas
personas. Sus almas ya nos pertenecen y sólo tenemos que esperar a que mueran
para cosecharlas.
Hubo
un silencio cargado de consternación.
--Entonces,
no lo entiendo –dijo Bradshaw-. Si ya tienen nuestras almas, ¿qué ganan ustedes
con este trato?
--Como
hombre de negocios –respondió Melech-, usted sabrá, Michael, que en ocasiones
se hacen inversiones a fondo perdido sólo para ampliar el área de negocio. Este
es el caso: al Infierno le interesa una empresa juguetera. Ahora, por favor,
decídanse de una vez. ¿Firman o no?
--Si
todo sale bien –dijo Roberts-, y saldrá bien, habrá un generoso bono para
todos.
Los
consejeros empuñaron los bolígrafos, pero no parecían decididos a emplearlos.
Al cabo de unos segundos, Walker le preguntó a Melech:
--¿Es
cierto que Microsoft, Facebook, Google y Apple son clientes suyos?
--Por
supuesto –asintió el demonio-. De hecho, Steve Jobs ya es nuestro huésped. Un
caballero muy agradable, es un placer tenerlo entre nosotros.
Walker
dejó escapar un suspiro. Lo que era bueno para Steve Jobs tenía que ser bueno
para él, pensó. Y firmó el contrato. Al poco, el resto de los consejeros le
imitaron. Melech recogió los documentos, los guardó en el ataché y se puso en
pie.
--Ha
sido una reunión muy productiva –dijo-. Gracias por su colaboración. En breve
volverán a tener noticias nuestras. Buenas noches.
Acto
seguido, se esfumó en el aire.
* * *
Pero
las noticias se demoraron tres meses, y cuando llegaron lo hicieron en forma de
factura por los costes de fabricación del “producto”. Al verla, el presidente
de Wonderful Toys palideció y convocó
una reunión urgente del consejo de administración.
--Es
mucho dinero –dijo Bradshaw contemplando el montante de la factura-. ¿Cómo
puede ser tanto dinero?
--Están
fabricando treinta millones de unidades del “producto” –respondió Roberts.
Williams
casi se atragantó con el café que estaba bebiendo.
--¡Treinta
millones! –exclamó, consternada-. Pero eso es una barbaridad...
--Por
lo visto, se están realizando ediciones para otros países, en español, francés,
alemán, italiano, ruso y chino.
--Y
seguimos sin saber qué es el “producto”, ¿no? –intervino Walker.
--En
efecto –asintió Roberts-. Aún no nos lo han comunicado.
--Pero
tenemos que pagar, así, a ciegas...
--Es
lo que estipula el contrato.
--¿Y
podemos pagar?
Roberts
suspiró con resignación.
--De
momento sólo tenemos que abonar un tercio de la factura –respondió-. Nuestra
línea de crédito lo soportará.
Hubo
un apesadumbrado silencio.
--Y
no sabemos lo que vamos a vender –murmuró Walker, abatido-. Qué alentador...
* * *
El
quince de noviembre, Melech se reunió de nuevo con el consejo de administración
para mostrarles el producto destinado a convertirse en el juguete estrella de
la Navidad. Se llamaba Abraxas y era
un juego de magia. La caja de cartón, en cuya cubierta aparecía un niño
disfrazado de mago, contenía un colgante con forma de ojo llamado el Ojo de
Belial, cinco velas confeccionadas, según rezaba en la caja, con grasa de
bebés, un tarro de pintura roja que decía ser sangre de virgen y un cuaderno
forrado, supuestamente con piel de cabra, titulado Grimorio de Eurinome. El
cuaderno estaba en blanco.
Los
consejeros contemplaron el juego con nervioso desconcierto.
--El
grimorio no tiene nada escrito –observó Harris-. ¿Es un error de fabricación?
Melech
negó con la cabeza.
--Está
bien –dijo-. Es así.
--¿Y
las instrucciones? –preguntó Moore.
--No
las necesita.
Los
consejeros se miraron entre sí, perplejos. Si no tenía instrucciones, ¿cómo
demonios se jugaba con eso?
--Lo
de la grasa de bebé y la sangre de virgen es un poco demasiado morboso, ¿no?
–dijo Williams-. Ya sé que no son sangre y grasa reales, pero es un juguete
para niños pequeños...
Melech
juntó las manos uniendo las yemas de los dedos, carraspeó y dijo:
--Supongo
que tienen presente la cláusula del contrato donde se especifica con claridad
que ustedes no pueden tomar ninguna decisión acerca del producto. Por tanto, y
disculpen mi franqueza, lo que opinen de Abraxas
me importa un bledo. Así que no perdamos el tiempo. Les mostraré el anuncio de
la campaña de TV.
El
spot televisivo fue casi igual de deprimente que el juguete: diez segundos con
la caja de Abraxas en plano fijo, sin
locución ni sobreimpresiones, con los primeros acordes de Así hablaba Zaratustra como fondo musical. Al acabar la proyección,
un silencio de muerte se adueñó de la sala de reuniones.
--Es...
–murmuró Smith-..., un poco soso, ¿no?
Melech
sonrió con suficiencia.
--En
realidad –dijo-, el contenido del anuncio es indiferente. Lo importante es que
el spot lleva incorporado un hechizo compulsivo.
--¿Hechizo
compulsivo?
--En
este caso de compra –asintió el demonio-. Cualquiera que vea el anuncio
experimentará la imperiosa necesidad de poseer Abraxas. Ahora deberán disculparme, pero tengo otros asuntos que
atender. Buenos días.
Y
se desvaneció como un holograma al desconectarse. Durante unos minutos, todos
los consejeros se quedaron mirando con deprimida aprensión el juguete que yacía
sobre la mesa. Harris cogió el Ojo de Belial con dos dedos, como si fuera el
cadáver de una rata, y dijo en tono lúgubre:
--Una
baratija, cinco velas, un tarro de pintura y un cuaderno en blanco... ¿Alguien
va a pagar casi setenta dólares por esta mierda? –Suspiró al tiempo que soltaba
el colgante-. Es un desastre.
--Y
ese anuncio... –murmuró Williams-. Es ridículo.
--Va
a ser la ruina –terció Bradshaw.
--Terrible
–dijo Smith.
--Ya
sabía yo que esto no iba a salir bien –apuntó Walker.
--Me
entran ganas de llorar –musitó Moore.
Roberts,
en su calidad de presidente, intentó mantener la calma.
--Confiemos
en que cumplan el contrato –dijo.
Pero
lo dijo con muy escasa convicción.
* * *
--Aún
no tenemos los datos definitivos –dijo, serio como un enterrador-, pero ya
disponemos de un informe preliminar sobre los resultados de ventas. –Su rostro
se distendió con una radiante sonrisa y concluyó-: A día de hoy, se han vendido
todas las unidades de Abraxas.
--¿Los
treinta millones? –preguntó Williams, asombrado.
Roberts
asintió.
--Y
desde hace semanas nos llegan, desde todo el mundo, solicitudes de más
unidades. Abraxas ha sido un éxito total.
--Pero
eso... –murmuró Walker haciendo unos rápidos cálculos mentales-. Pero eso
supone más de mil cien millones de beneficio...
--Mil
ciento cincuenta y ocho millones de dólares antes de impuestos –corroboró
Roberts-. La compañía está salvada y saneada, y nuestros bonos asegurados.
Prorrumpieron
en gritos y exclamaciones de alegría, se abrazaron los unos a los otros,
Roberts pidió que trajeran champán para celebrarlo. Aquellas iban a ser las
mejores fiestas navideñas de sus vidas.
* * *
Como
por ejemplo Bobby Parker. Bobby tenía ocho años y vivía en Woodbridge, cerca de
Nueva York, en una bonita casa unifamiliar situada en una urbanización a las
afueras de la ciudad. Se levantó muy temprano y, tras comprobar que Santa les
había visitado esa noche, corrió a despertar a sus padres. Por desgracia,
también se despertó su hermano Joe, de doce años, cuya principal afición era
hacerle la vida imposible.
Todos
juntos fueron al salón y Bobby comenzó a desenvolver sus regalos. Santa Claus
le había traído todo lo que había pedido y, además, un juego de magia llamado Abraxas. Le echó un rápido vistazo, pero
le pareció una tontería y se concentró en el resto de los regalos. Al poco,
aprovechando que sus padres habían salido de la sala, Joe se acercó a él y le
dijo:
--Santa
Claus no existe, atontado. Son los papás.
Bobby
abrió mucho los ojos, indignado.
--Eso
es mentira –dijo.
Su
hermano mayor se echó a reír.
--Mira
que eres inocente –replicó en tono despectivo-. Santa Claus son los padres,
idiota. Desde luego, se te engaña con cualquier chorrada.
Y
se fue riéndose con irritante desdén. Enfadado, Bobby recogió sus regalos y se
fue a su cuarto. Sacó el Death Stranding
de su caja y lo introdujo en la consola, pero antes de conectar el juego, sus
ojos se posaron sin querer en el Abraxas.
¿Qué era eso?, pensó con curiosidad. Se levantó de la silla, abrió el juego de
magia y lo examinó, extrañado. El grimorio estaba en blanco y el resto del
contenido no parecía demasiado interesante.
Sin
saber qué hacer con aquello, cogió el colgante llamado Ojo de Belial y se lo
puso alrededor del cuello. De repente, sintió algo así como un cosquilleo
recorriéndole el cuerpo. El vello de los brazos se erizó y se le puso piel de
gallina. Cerró los ojos y, tras respirar profundamente, volvió a abrirlos. Y
vio algo que no había visto antes: en el interior de la caja, un rótulo rezaba:
Para jugar con Abraxas debes utilizar el
tutorial del mismo nombre que podrás conseguir de forma gratuita en www.apple.com/la/ios/app-store.
Bobby
sacó su teléfono móvil, entró en Apple Store, buscó Abraxas, descargó la aplicación y la conectó. En la pantalla
apareció un búho de dibujos animados.
--Hola
Bobby –dijo el buhito- y feliz Navidad. Bienvenido al tutorial de Abraxas. ¿Quieres comenzar?
Bobby
debería haberse preguntado cómo aquel programa informático sabía su nombre, pero
no lo hizo y se limitó a contestar:
--Sí.
--Estupendo.
En primer lugar, voy a explicarte por qué este juego se llama como se llama.
Abraxas es un demonio coronado, con cabeza de gallo, vientre grueso, pies como serpientes
y cola raquítica. De su nombre proviene el famoso conjuro mágico Abracadabra.
Tú quieres ser un poderoso mago, ¿verdad Bobby?
--Claro.
--¡Genial!
Veo que llevas puesto el Ojo de Belial. Se trata de un amuleto que te permitirá
controlar las energías nigrománticas. Pero antes, déjame explicarte algo. Un
mago no tiene poderes en sí mismo, sino la capacidad de invocar y controlar a
seres sobrenaturales que obedecerán sus órdenes. ¿Comprendes?
--Sí.
--Bueno,
pues los magos que practican la magia blanca sólo pueden invocar a espíritus
elementales, como las salamandras o los silfos, que no son muy poderosos que
digamos. Se trata de magos de chicha y nabo, por así decirlo. ¿Quieres ser uno
de esos magos debiluchos, Bobby, o prefieres ser un gran mago?
--Un
gran mago.
--¡No
esperaba menos de ti! –exclamó el búho-. Pero para ser un mago guay debes tener
en cuenta algo: los seres sobrenaturales más poderosos son demonios. Cuando los
invoques podrás hacer literalmente lo que quieras. Pero para invocar a un
demonio es necesario que renuncies al bien y abraces el mal. ¿Estás dispuesto a
hacerlo, Bobby?
El
muchacho titubeó; ¿eso no era pecado?... Pero a fin de cuentas se trataba de un
juego, ¿no?, de modo que asintió con un cabeceo.
--Estoy
dispuesto.
--¡Fantástico!
Lo primero que debes hacer es leer en voz alta esto.
El
búho fue sustituido por un texto. Bobby comenzó a leerlo:
--In Nomine Nostri Satanis, Luciferi Excellsi. Oh Satanás, dios de la
oscuridad, dame la fuerza para luchar por tu causa, envía tus demonios para aplastar las religiones
falsas. Oh Satanás, señor del
abismo, renuncio al bien y abrazo la maldad. Dame tu
poder infernal y mi alma será tuya.
Cuando Bobby acabó de recitar el conjuro,
las letras se esfumaron y en la pantalla apareció una cabra que miraba
taciturnamente a cámara. Tras una breve pausa, el animal giró ciento ochenta
grados y alzó el rabo para mostrar el ano.
--Ahora, Bobby –dijo la voz del
búho-, para sellar el pacto tienes que besarle el culo a la cabra.
El muchacho se echó a reír y plantó
un beso sobre la pantalla. Y entonces...
Entonces ocurrió algo muy sutil,
pero radical. El alma de Bobby sufrió algo así como un reseteado; todo rastro
de inocencia, bondad o amor fue borrado, quedando sólo el amasijo de gusanos de
las más bajas pasiones. Un observador externo no habría notado ningún cambió,
salvo que se hubiera fijado en la sonrisa del niño, que ahora había adquirido
un matiz... perverso.
--Felicidades, Bobby –dijo el búho
apareciendo de nuevo-; ya eres un gran mago. ¿Qué te parece si invocamos a nuestro
primer demonio?
--¡Genial!
--Vale. Lo primero que tienes que
hacer es coger el tarro de sangre de virgen y dibujar un pentáculo en el suelo.
Un pentáculo es una estrella de cinco puntas, te enseñaremos cómo se hace.
--Pero si pinto en el suelo mamá se
enfadará –objetó Bobby.
--Pues que se enfade –replicó el
búho-. Ahora eres un poderoso mago y puedes hacer lo que quieras.
La inquietante sonrisa del muchacho
se amplió. Era cierto; podía hacer lo que le viniera en gana. Se dirigió al
dormitorio de sus padres, cogió uno de los pinceles que usaba su madre para
maquillarse, regresó a su cuarto y, con ayuda del tutorial, pintó una estrella
de cinco puntas en el suelo.
--Perfecto, Bobby –dijo el búho-; te
ha quedado muy bien. Ahora pon una vela en cada uno de los extremos del
pentáculo.
Bobby obedeció.
--Pero no tengo nada para
encenderlas –dijo.
--Tranquilo –respondió el búho-. De
eso nos ocupamos nosotros.
Y las cinco velas se encendieron
mágicamente a la vez. Bobby aplaudió, encantado.
--Ahora –prosiguió el búho-, coge el
grimorio y elige el demonio al que deseas invocar.
--Pero ese libro está en blanco.
--Ya no.
Bobby cogió el cuaderno y comprobó
que, en efecto, sus páginas estaban ahora cubiertas de textos. Encabezando cada
una, los nombres de distintos demonios.
--No sé cuál elegir... –murmuró el
muchacho.
--Bueno, cualquiera valdría; pero
creo que Asmodeo te gustará. Los nombres están por orden alfabético. Búscalo y
lee en voz alta la invocación que hay debajo.
Bobby hojeó el grimorio hasta
encontrar lo que buscaba. Se aclaró la voz y comenzó a recitar la letanía:
--Salve Asmodeo, Salve Asmodeo, Salve Asmodeo. In nomine dei nostri Satanas
luciferi excelsi, imperator omnipotens...
El
conjuro era largo y, al estar en latín, difícil de pronunciar, así que Bobby,
trabucándose y a trompicones, tardó bastante en terminar de recitarlo. Tras
pronunciar la última palabra, un cegador destello iluminó el cuarto,
deslumbrándole durante unos instantes. Cuando, tras parpadear, recuperó la
visión, descubrió ante él a un ser enorme con pies de oca, cola serpentina y
tres cabezas: una de toro, otra de hombre coronada por un halo de fuego y la
tercera de carnero.
--Soy
tu servidor Asmodeo, amo –dijo con voz cavernosa la cabeza de hombre-. ¿Qué
deseas que haga?
Bobby
contempló asombrado a aquel engendro del Averno. Y luego se preguntó: ¿Qué
quería?...
--No
lo sé –murmuró.
--¿Puedo
sugerirte algo, amo? –propuso el demonio.
--Sí.
--Tus
padres siempre están prohibiéndote cosas y obligándote a hacer otras que no
quieres hacer. ¿Qué te parece si mato a tu familia y, de paso, mato a todos los
vecinos de la urbanización?
El
rostro del muchacho se iluminó con una sonrisa que le helaría la sangre en las
venas a un asesino en serie.
--¡Genial!
–dijo, encantado-. Pero espera; a mi hermano Joe hazle sufrir mucho antes de
matarlo, ¿vale?
--Como
ordenes, amo –respondió Asmodeo inclinando sus tres cabezas.
* * *
Maggie
Sullivan, de diez años de edad, contempló pensativa al ser infernal que se
había materializado en su dormitorio. Era un hombre desnudo y con cuernos que
montaba un oso, tenía un gavilán en un puño y decía llamarse Balan. La niña
reflexionó sobre la propuesta del demonio mientras acariciaba el Ojo de Belial
que pendía de su cuello y, finalmente, dijo con una sonrisa siniestra:
--Vale,
incendia la ciudad.
* * *
Jimmy
Smith, de nueve años, acarició la caja de Abraxas
y pensó que era el mejor regalo de su vida. Luego, se volvió hacia el demonio
que acababa de invocar. Se llamaba Eurinome y era un hombre deforme con grandes
colmillos y el cuerpo lleno de llagas purulentas.
--¿Puedes
hacer explotar las casas? –le preguntó Jimmy-. Me encantan las explosiones.
--Por
supuesto, amo –respondió Eurinome con voz ronca y quebrada-. Pero también
podría abrir una sima en el suelo –propuso-. Una sima enorme y ardiente que
conduciría al infierno, y que crecería tragándose las calles y los edificios.
Las personas se precipitarían a ella y morirían abrasadas gritando de espanto y
dolor. Un espectáculo digno de verse, amo.
El
niño sonrió como un sociópata y se puso a aplaudir, alborozado.
--¡Qué
buena idea! –dijo-. ¡Hazlo!
* * *
Roberts
supuso que eran flashes de móviles tomando fotos navideñas y regresó al salón,
donde charlaban animadamente su mujer, sus dos hijas y sus yernos. En un
rincón, frente al televisor, sus tres nietos jugaban con una consola. Roberts
se sentó en el sofá, contempló a sus parientes, y pensó que tras el éxito de Abraxas, aquella iba a ser la mejor
Navidad de su vida.
Un
minuto después, un demonio con cabeza de león atravesó la puerta haciéndola
trizas y despedazó a su familia.
* * *
John
Roberts Jr, presidente de Wonderful Toys
Ltd, recorría la ciudad con deambular furtivo, al amparo de las sombras,
ocultándose temeroso ante cualquier ruido o movimiento. Las calles estaban
desiertas, las luces apagadas, coches abandonados en medio de las calzadas,
cadáveres por doquier, algunos atrozmente mutilados. A lo lejos se escuchaban
alaridos de terror y siniestros aullidos.
Roberts
estaba aterrorizado. Había logrado escapar de su apartamento, no sabía cómo,
pero no podía borrar de su mente las imágenes de su familia despedazada por un
demonio leonino. Desde entonces no había hecho más que huir sin rumbo. De
pronto, escuchó un ruido indescriptible, algo así como una mezcla de succiones
y viscosos bramidos. Corrió a esconderse en las sombras del callejón que se
abría a su derecha. Al poco, una bestia infernal apareció en la calle. Era una
especie de babosa descomunal, de unos veinte metros de largo por siete de alto;
tenía cuernos y encima de ella, cabalgándola, un niño pequeño sonreía de oreja
a oreja.
Una mujer que estaba oculta tras
un automóvil echó a correr. La bestia le lanzó un chorro de ácido por las
fauces, convirtiendo a la desdichada en un amasijo de protoplasma burbujeante.
El niño se echó a reír y gritó “¡Más, más!”. Unos minutos después, la bestia y
el niño desaparecieron de vista. Roberts suspiró, aliviado; entonces una voz
dijo a su espalda:
--Buenas
noches, John.
Sobresaltado,
Roberts dio un respingo, se giró y contempló con el corazón encogido a Adra
Melech, que a su vez le miraba a él sonriente, vestido con un impecable terno
de Armani.
--Se-señor
Melech... –murmuró Roberts-. ¿Qué... qué está pasando?
--Abraxas –respondió el demonio-. Eso está
pasando.
--Pero
es horrible... Mi mujer, mis hijos, mis nietos, todos han muerto, y la ciudad
está destruida... ¡Han incumplido ustedes el contrato!
--De
eso nada, John –replicó Melech-. Nos comprometimos a fabricar el juguete más
vendido de la Navidad y hemos cumplido sobradamente.
--Pero
se trataba de salvar la empresa...
--La
hemos salvado.
--¡Y
luego la han destruido, lo han destruido todo!
Melech
negó con la cabeza.
--No,
amigo mío. Mis huestes se limitan a cumplir las órdenes de los niños. Y si los
niños son más crueles que el más cruel de los demonios no es responsabilidad
nuestra.
Roberts
dejó caer los hombros, abatido.
--¿Por
qué esto?... –musitó.
El
demonio hizo un gesto de aquiescencia.
--Bueno,
supongo que se merece una explicación –dijo-. Esto es el Armagedón, la batalla
final entre las fuerzas del bien y las del mal. Y hemos ganado. No es por
lamerle el culo a Satanás, aunque se lo lamo con frecuencia, pero hay que
reconocer que su estrategia ha sido brillante. El problema que teníamos con los
humanos es que sois dispersos, os resulta casi imposible centrar la atención en
algo. De modo que los demonios teníamos que ocuparnos de vosotros uno a uno, lo
que es muy poco eficiente. Debíamos centraros, pero ¿cómo? El Maligno ideó
un plan perfecto: Primero introdujo la informática en cada hogar. Luego
expandió Internet. Después llegaron los teléfonos móviles. Y, por último, las
redes sociales. Y ya estaba, ya teníamos a la mayor parte de la humanidad
pendiente de lo mismo. Así, gracias a los IPhones y los Samsungs, y con la
inestimable ayuda de Twitter, conseguimos ganarnos para el mal las mentes y los
corazones de los más jóvenes. Luego, sólo hacía falta un detonante y, gracias Wonderful Toys, lo conseguimos mediante
la comercialización de Abraxas, un
kit infantil de invocaciones demoniacas. Reconocerá conmigo que ha sido un plan
de marketing brillante.
Roberts
dejó escapar un sollozo y murmuró:
--¿Y
qué va a ser de mí?...
--Bueno,
teniendo en cuenta su inestimable colaboración, John, se merece usted que le
perdonemos la vida. Pero si le perdonara, ¿qué clase de diablo sería?
Acto
seguido, Adra Melech se transformó en una bestia horrible y se lo comió.
Y
así fue cómo la magia de la Navidad y las sonrisas de los niños trajeron al
mundo el imperio del mal.
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